Este trabajo no lo elegimos como quien escoge una profesión. Más bien, nos eligió. Llegó a nosotros como una respuesta inevitable, como una corriente que no se puede resistir cuando se está lo suficientemente en silencio como para escucharla. No se trata de tener respuestas, ni de ofrecer certezas. Se trata de sostener espacios donde las personas puedan encontrarse consigo mismas de un modo real, profundo y verdadero.
Caminamos este sendero en pareja. No como un detalle secundario, sino como parte fundamental de nuestra forma de trabajar. Ella es quien acompaña directamente a cada persona, quien escucha, observa, recibe, conversa, orienta, cuida. Es su presencia —cercana, firme, amorosa— la que permite que cada quien se sienta realmente visto. El trabajo de él es dar dirección al todo: sostener la ceremonia, guiar con los ícaros, leer el campo, responder al movimiento energético que se despierta. A veces en silencio, a veces en canto, siempre en presencia.
La medicina no es un atajo. Es un espíritu vivo que abre, limpia y revela. Y acompañar a alguien en su encuentro con ella no es algo que tomamos a la ligera. Sabemos que en ese espacio no solo se activan memorias, emociones, visiones o dolores profundos… también se pone en juego la confianza. Y la confianza es algo que, si se da, hay que cuidarla con todo el corazón.
Por eso trabajamos con tanta atención. Preparamos cada ceremonia con claridad. Acompañamos antes y después. Abrimos espacio para el diálogo, para la integración, para lo que aún no se entiende. Seguimos presentes cuando todo parece haberse calmado, porque sabemos que el verdadero trabajo muchas veces empieza cuando termina la noche. La medicina no hace magia por sí sola. Necesita contexto, tierra, compromiso, y sobre todo: honestidad.
No trabajamos con grandes grupos. Preferimos lo íntimo, lo cuidado, lo que se puede mirar con tiempo. No ofrecemos experiencias extraordinarias, ni promesas. Acompañamos procesos. Procesos reales, humanos, profundos. En los que hay alegría, sí, pero también miedo, llanto, confusión, resistencia. Y a todo eso le damos la bienvenida, sin prisa, sin presión.
La fuerza del trabajo no está en lo que se ve, sino en lo que se siente. Está en el ícaro que limpia, en la mirada que sostiene, en el espacio que no exige, pero contiene. En la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Y sobre todo, en la forma en que se camina después.
No somos perfectos, somos honestos. Y eso para nosotros es la base de todo: decir lo que podemos ofrecer, cuidar lo que se nos confía, respetar los límites, reconocer lo que aún seguimos aprendiendo. No buscamos parecer espirituales. Solo buscamos estar presentes, hacer lo que corresponde, y seguir profundizando nuestra propia práctica.
Y porque creemos que los actos tienen más fuerza cuando se sostienen con palabras claras, decidimos nombrar los principios que nos guían. No son reglas rígidas. Son acuerdos vivos, que encarnamos con cada ceremonia.
No desde la distancia, sino desde dentro. Desde la medicina con la que también comulgamos, desde el canto que guía, desde la presencia que cuida cada vida que busca sanar.
La ceremonia comienza mucho antes de beber la medicina. Cada elemento —el lugar, el tiempo, la estructura, la energía— está dispuesto con intención, armonía y claridad. El orden no es solo físico: es una forma de permitir que el alma trabaje sin interferencias. Cuidamos el entorno para que cada persona pueda entregarse con confianza a su proceso.
Estar disponibles no es suficiente. Acompañamos desde la escucha real, la mirada firme y la contención consciente. No solo estamos “presentes”: sostenemos con todo nuestro ser, sin invadir, sin forzar. Cada persona merece ser vista, cuidada y respetada en su vulnerabilidad, sin perder su autonomía ni su dignidad.
La medicina, los ícaros y la guía forman una sola consciencia en acción. La medicina abre la
percepción, los ícaros guían el camino, nosotros sostenemos el proceso. No hay jerarquías entre
estas fuerzas: hay una danza viva y sagrada, en la que cada una tiene su lugar, su poder y su
propósito.
No participamos desde fuera: habitamos la ceremonia por completo. Tomamos la misma medicina que quienes acompañamos, dormimos en el mismo espacio, compartimos las mismas condiciones. No hay separación entre quienes guían y quienes atraviesan el proceso. Nos involucramos con todo nuestro cuerpo, nuestra energía y nuestra conciencia, como parte viva de lo que ocurre.
No prometemos resultados, ni experiencias extraordinarias. Decimos lo que es y hacemos lo que decimos. No buscamos impresionar, ni convencer. Nuestra guía se basa en la claridad, en la congruencia entre palabra y acto, y en el compromiso sincero de estar al servicio del bien.
El espacio ceremonial es también un espacio de frontera. Cuidamos con seriedad los límites físicos, emocionales, espirituales y energéticos. No confundimos confianza con cercanía desbordada, ni apertura con intimidad. Cada persona merece sentirse segura, sin temor a ser invadida o malinterpretada.
Sabemos que la medicina abre puertas, que estarán abiertas un tiempo. Por eso acompañamos antes, durante y después de cada ceremonia. La integración emocional, energética y práctica es parte fundamental del trabajo. Acompañamos para que lo vivido no se disuelva, sino que se vuelva raíz en la vida cotidiana.
El cuerpo no es un vehículo secundario. Es parte esencial del proceso, canal y contenedor de todo lo que se mueve. Por eso lo cuidamos: atendemos con respeto, intervenimos solo cuando es necesario, y creamos un entorno donde el cuerpo pueda estar seguro, sin miedo, sin exposición, sin descuido.
Los ícaros que usamos son auténticos, recibidos, aprendidos, y cantados con intención. No son un ritual estético, ni una atmósfera. Son herramientas de limpieza, guía y transformación. Cantamos para abrir, para alinear, para liberar. Cada canto lleva una dirección precisa, nacida del espíritu, no del deseo de destacar.
Haber sido nombrados Maestros no significa que hayamos terminado de aprender. Al contrario: el compromiso crece. Nos seguimos formando, afinando, observando, cuestionando. No guiamos desde la idea de saberlo todo, sino desde el deseo de servir con más claridad, más humildad y más verdad cada día.
Este es nuestro modo de servir.
Aquí estamos, por si alguna vez necesitas recordar que lo sagrado es seguro.
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